El crecimiento desmesurado de las ciudades ha generado numerosos conflictos y patologías sociales propias del hacinamiento humano. A mediados del siglo XX, la construcción de conjuntos habitacionales o viviendas en condominio surgió como una respuesta a la escasez de vivienda accesible a los trabajadores. Este modelo permitió alojar a muchas familias en un espacio relativamente pequeño, comparado con el espacio que requerían las viviendas unifamiliares. Además, incentivó el crecimiento de otros desarrollos habitacionales que permitieron hacer un uso eficiente del suelo urbano, con lo que la población creció rápidamente y con ello, la demanda de insumos, como agua potable, drenaje y energía eléctrica principalmente.
Actualmente, la solución a este problema se encuentra en la construcción de ciudades compactas y sustentables. Esto implica rescatar y renovar el concepto del condominio como modelo de crecimiento vertical, modernizando su funcionalidad, y considerando el manejo de los recursos naturales que se consumen y de los residuos que se generan. La sustentabilidad desde la perspectiva urbana significa disponer de los recursos e insumos necesarios para una adecuada calidad de vida de los habitantes durante un horizonte de tiempo largo.
Los conjuntos habitacionales en su concepción original adolecen de numerosas insuficiencias y comodidades. La cercanía de las familias no siempre promueve la buena vecindad y la solidaridad, mientras que la administración de los condominios genera el descuido de los espacios comunes. El crecimiento del parque vehicular tomó por sorpresa a los conjuntos habitacionales y la demanda de energía eléctrica ha aumentado. Además, el agua potable nunca se ha percibido como un problema serio, pero el servicio enfrenta actualmente problemas de abasto. En resumen, se requiere una reingeniería en el modelo de condominio para adaptarlo a las necesidades actuales y garantizar una vida sustentable para los habitantes de las ciudades.